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Desde pequeña siempre he pasado gran parte del día en la librería que regenta mi padre. Está en el mismo edificio en el que vivimos, por lo que siempre pasaba a despedirme de él por las mañanas y al mediodía subíamos los dos juntos a comer cuando regresaba de clase. Muchas tardes bajaba a hacer allí los deberes, porque me gustaba estar al día de los libros y revistas nuevas que entraban en la librería.

Recuerdo una ocasión en la que habían estado anunciado en la televisión un libro, por lo que no dejaba de preguntarle a mi padre día tras día si ya se lo habían enviado. El día que por fin llegó y le enseñé a mi padre el título, recuerdo cómo me dijo: “¡ah!, ¿pero era ese el que tanto querías? Si ese libro hace meses que lo tenemos”. Esta respuesta de mi padre me dejó muy confundida, ya que no entendía muy bien lo que me quería decir. En mi cabeza no tenía sentido que ese libro estuviese ya en la librería antes de que lo hubiesen anunciado, como si fuese imposible que existiese antes de ser promocionado. Entonces, le pedí con insistencia a mi padre que me lo enseñase y cuál fue mi sorpresa al leer el mismo título en un ejemplar de tapa monocolor verde abeto. En ese momento desconocía por completo el mundo del marketing y las diferentes ediciones que puede tener un mismo texto, por lo que por más que mi padre me insistía en que era el mismo libro, yo seguía en mis trece y le decía que no, que ese libro que había llegado nuevo era diferente y mejor porque lo anunciaban en la televisión. No hubo manera de hacerme entrar en razón. Sin embargo, años después me di cuenta de que lo que parecía ser simple ingenuidad infantil, es algo que sucede mucho más a menudo de lo que parece.

El marketing se basa en el estudio de mercado y se centra en conocer al cliente para así poder adaptarse a sus necesidades y saber qué es lo que se venderá mejor. Por ejemplo, en más de una ocasión ha habido libros que contaban con un círculo de lectores bastante modesto, pero que se han convertido en best sellers al hacerse una adaptación cinematográfica de estos. Sin ir más lejos, recuerdo la gran demanda de la tetralogía Crepúsculo. Cuando yo los compré, durante la adolescencia, en la librería de mi padre, había muy poca gente que los conociese. Sin embargo, unos años después, se estrenó la película y las nuevas ediciones que traían a los protagonistas en la portada se vendían como churros. El texto seguía siendo el mismo, pero ese retrato a color de la primera página costaba un dinero y había que pagarlo. Por consiguiente, esos mismos ejemplares empezaron a costar 5 o 6 euros más de lo que solían valer; no obstante, a la gente no parecía importarle.

Aunque cuentan con la publicidad como aliada, las distribuidoras quieren seguir reforzando este sistema de marketing a través de nosotros, los intermediarios. Es por ello que, cada vez que lanzan una nueva revista o un nuevo libro, este siempre viene acompañado de una hoja de papel promocional para pegar en el cristal y en el correspondiente albarán adjuntan unas líneas que suelen rezar algo como “este es un nuevo producto que va acompañado de una gran campaña de TV. Por favor, colóquelo en un lugar visible de su establecimiento para mayor difusión y oférteselo a sus clientes. Gracias por su colaboración”.

Si bien es cierto que la gente es perfectamente consciente de esta publicidad e intento de venta, es innegable que los productos que exponemos en el escaparate realmente tienen más salida, ya que las personas asociamos lo que hemos visto en el anuncio con el producto expuesto y le prestamos una mayor atención de manera casi inconsciente. Esta es la razón por la cual las casas comerciales están llevando a cabo continuamente estudios de mercado, para conseguir así una presentación atractiva para sus libros que logre atraer a más clientes y no obtener la indiferencia que provocó en mi yo infantil aquel libro con la insulsa tapa color verde abeto.